Empecé a hablar con él y
a preguntarle que cual era el motivo. Me dijo que no tenía ganas de entrenar y
que pasaba pero yo sabía que realmente no era eso. Pablo es un chiquillo que
siempre viene con entusiasmo pero quizás debido a sus condiciones físicas le es
más complicado jugar al futbol o a algunos deportes.
El ejercicio era para
calentar y consistía en pillar. Él creía que una vez le pillaran no conseguiría
pillar a nadie debido a ser más lento. Este era su miedo. Además esa misma
mañana un compañero se había reído de él por su lentitud.
Pablo era muy futbolero y
no me podía permitir que no jugara a futbol por complejos que bien se podían
reparar. Así que me planteé explicarle que él era más inteligente que otros
compañeros. Que la maña vence a la fuerza. Así que vi de nuevo la ilusión en su
cara. Se metió de nuevo al juego y fue de los mejores. Conseguía pillarles acorralándoles
o engañándoles con amagos en la trayectoria, en lugar de ir detrás de ellos
como hacía anteriormente. Creo su propia táctica.
Logró entender con tan
solo seis años cosas que les cuesta a niños de doce muchas veces. Me dejó
asombrado. Simplemente intenté animarle y acabó sorprendiendo a todos sus
compañeros y a nosotros, sus entrenadores. Quizás Pablo confié más en sus
posibilidades ahora y puedo sobretodo disfrutar de este deporte que tanto le
gusta, lo mínimo que se merece.
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